miércoles, 9 de abril de 2014

LA FLAGELACION

LA FLAGELACION ¡Crucifícalo , crucifícalo¡ Bajé los ojos. En la silla sobre la tarima del tribunal, estaba sentado el Gobernador Poncio Pilato. Se lavaba las manos solemnemente en una jofaina de plata. Sobre el frío enlosado del pavimento, había unos pies desnudos. Los pies de un reo. Fui subiendo los ojos por ellos, lentamente, hasta llegar a los de Jesús. Tristes y serenos, que me asaeteaban reclamando piedad y formulando reproches al mismo tiempo. Un eco trágico seguía repitiendo, como un trueno lejano y eterno, que nunca muere, la sentencia más injusta de la historia. -Eres reo de muerte-. Caí de rodillas sobre el viejísimo pavimento romano hasta tocar con mi frente la superficie pulimentada del granito. -Eres reo de muerte- repetía la sentencia revolando a mi alrededor con locos aletazos, como un ciego y repugnante pájaro negro que gira y gira desde hace dos mil años. -Eres reo de muerte- . No sé cuanto tiempo estuve así de rodillas. Se pierde la noción del tiempo. Cuando al fin levanté la cabeza, advertí unas gotas líquidas y transparentes que salpicaban el granito del suelo a mis pies. Sí, es verdad; podrían ser lágrimas de mis ojos. Habían llorado. Ó podrían ser salpicaduras del agua con la que Pilato se lavó espectacularmente las manos. Terrible incógnita para el hombre que se interroga sobre la autenticidad de su llanto y de su amor a Dios. ¿Lágrimas de verdad ó agua mentirosa de autojustificación?. ¿Auténtico llanto del corazón?. ¿Ó repetición del agua cobarde de Pilato?. No lo sé. Lo sabe Dios. Patricio González

martes, 25 de marzo de 2014

PRIMERA LEVANTÁ



Todas las calles de Algeciras están a la espera del golpe del llamador del capataz para que el primer equipo de costaleros, el de “La Borriquita” se ponga en marcha.

    El clima, las luces, los cirios. Todos son motivos para que nos dejemos ir  sin pararnos a reflexionar sobre lo que está sucediendo en Algeciras.

     Y sería una pena que no lo hiciéramos, porque no acogeríamos en nuestro corazón el misterio de esas procesiones, de esas estaciones de penitencia que vive Cristo acompañado por el pueblo de Algeciras.

     La osadía de nuestra ciudad es grande: la osadía de convertirse en Jerusalen. Con una diferencia. Los habitantes de Jerusalen no sabían  el final de las escenas que estaban viviendo. Tampoco sabían realmente quien era el hombre  que cargaba fatigosamente con una Cruz. Ni siquiera los más cercanos sabían certeramente que es lo que realmente ocurría.
     Al final, el griterío de gente pidiendo la vida de un prisionero, que conocían de lejos.
En Algeciras, la vivencia ya es plena desde el principio. Se sabe el comienzo y el fin del drama. Se conoce a los protagonistas.
     La Iglesia conmemora esos momentos de la vida y muerte del Señor. Algunos se quejan de la poca participación de la gente en los Oficios. Esto es quizás porque  Algeciras se convierte en estos días en una liturgia propia participada, ya que Algeciras es en estos días la propia Jerusalen.

     El echarse a la calle en estos días no es ir a ver los pasos, es encontrarse a Jesús y decirle algo. En esos encuentros las algecireñas y algecireños, nos convertimos en un cirineo. Nos reconocemos alguna vez en un Pilatos, en un Caifás, en el de la Bofetada, en la Magdalena y quizás, en algún caso, en un Judas que no llega a la desesperación, porque mira arrepentido a su Medinaceli y lo sigue.

    Míralo por donde viene. La saeta sabe lo que dice, porque en Algeciras es el mismo Cristo quien llega andando, cabalgando en la Borriquita, en el Silencio, en el Huerto, en la Buena Muerte, atado a la columna, llevando fatigosamente la cruz, ó cautivo Medinaceli.



Patricio González